Y entonces un canto de grajo reverbero entre las crestas de la orilla escarpada intentando presagiar el misterio de lo que iba a acontecer. Allí estaba ella, liviana, flotante, divina. La Dama del Lago se revelo como una aparición a lomos de su corcel inmortal, para anunciarle con voz coralina la recompensa de aquel largo camino: la concesión de un deseo. Pero no un deseo cualquiera, no. El buen doncel de ojos turquíes, tenía que escuchar en lo profundo de su corazón y lograr sonsacar cuál era su mayor deseo; su deseo verdadero y sólo así se le sería concedido. De otro modo todo esfuerzo habría sido en vano, pues el privilegio otorgado por aquella hermosa hechicera no surtiría efecto y él tendría que morir en pago de su osadía.
- Y bien, mi honrado caballero, cuál es su mayor deseo; su deseo verdadero?
- Acostarme con tu yegua.
[Se oyó un gemido]